MONÓLOGO APÓCRIFO

Author: Javier F. Noya /


He aquí la trascripción de un monólogo apócrifo, hallado cerca de las ruinas del Partenón, que me fuera mostrado por su tenedor y que prefirió mantener su anonimato, por discreción y temor a aceptar el peso de revelar profecías, siempre nefastas:

“Las columnas desafían el impulso del mundo y pese a ello son una inmovilidad necesaria. Sostienen, por pura rutina, los límites de su extensión. Admiro su firmeza; pocas obras nuestras tienen esa virtud. Ellas son el sostén de todo el espacio y el tiempo que transcurre entre sus intersticios y evitan que el suelo pretenda ser techo. Pero ya no gozan de su destino; lo cumplen con la indiferencia que se construye desde la resignación: saben que no serán otra cosa. Pese a ello, cada astilla, cada porción aun cuando sea imperceptible de tan minúscula, resiste hasta donde puede para seguir siendo columna, conciente de los peligros que la distracción podría acarrear a todo lo que las rodea. El caos, temido y venerado, podría dejar al orden al revés, o no dejar nada, salvo el aire. Estas columnas nos sobrevivirán, querido amigo. Contemplarlas es lo más cercano que tenemos como propio para sentirnos trascendentes, al amparo de la inclemencias del futuro. Nuestro fin implacable puede consolarse, estimado, pensando a la sombra de los capiteles que sostienen.”
“Cuando ya no estén, será, ese sí, nuestro fin. Seremos polvo y fragmentos desunidos que deformarán nuestra existencia; seremos pedazos de tiempo unidos forzadamente por la conjetura antes que por la verdad. Temo que seamos para ese lejano futuro un sarcasmo o una grosera comedia y que seamos responsables, por ello, de un porvenir siniestro.”
“Pero dejemos en paz a estas columnas, vayámonos a beber para olvidarnos de nuestra indefectible responsabilidad. No puedo dejar de percibir la causalidad, querido amigo, y por eso prefiero que me tilden de borracho antes que de equivocado.”

EL ALTA

Author: Javier F. Noya /

Salías al resplador de la calle, lánguida y etérea, deslizada por mis pasos. Exclamaste “¡hay sol!” con el ímpetu de quien ha visto, por algún tiempo, sólo la altura del cielorraso y la luminosidad prestada de las lámparas pendiendo de su blancura insípida; siempre es mucho, aunque fueran minutos. Tus manos tomaban mi brazo con firmeza y derramabas gratitudes por doquier mientras sonreías. Ahora íbamos hacia la calle, dejando a nuestras espaldas la habitación penumbrosa, el dolor sorpresivo, la bata, los cuestionarios sobre alergias y enfermedades previas, el fantasma de la incertidumbre que llevaba la camilla hacia el quirófano, las palabras terminadas en “emia”, “oscopía”, “osis”, que explicaban vanamente que tuviste un fuerte dolor en el vientre y debían operarte, que iba a esperarte para seguir amándote, para recoger tu inconsciencia y tu vuelta en sí, dándole a tus dolores el bálsamo de mis atenciones. Todo había salido bien; te indicaron nada más que un poco de reposo para recuperar fuerzas, esas que se concentraron en retenerte aquí y se consumieron resistiendo la enfermedad. Ahora estabas curada, las enfermeras te despidieron sin fecha de retorno y el médico palmeó suavemente tu mejilla, paternal y orgulloso de su éxito. Tu flotación se anima a retirarse para que tus pies se apoyen en la vereda fulgurante de luminosidad cenital. Te tomo de la cintura, feliz de verte así, retornando al afuera donde nos espera la salud.

Yo vapor

Author: Javier F. Noya /

Mirada detenida.

Todo está fijo,

tan quieto...

Es un inventario

de cosas inútiles.

Instante suspendido.

Flota la mesa,

también esa silla donde reposa

inocentemente un sobretodo,

quizá tan azul como mío,

quizá más oscuro,

o negro como el defecto ajeno.

Flotan perpendiculares

a la horizontalidad infinita del piso,

ese bosque hecho tablas.

Mientras,

un recitado de múltiplos

que termina inexorablemente en cero,

otro resultado neutro que se suma o,

por igual, se resta;

los párpados

que se/nos cierran,

secas las retinas,

dando lo mismo:

abismo

cinismo

sismo;

lo que ha pasado para dejar

la calma inexorable de la calefacción

que nos impregna:

un derredor absurdo.

Mientras,

sólo duermo

y aparento estar.