Retoques

Author: Javier F. Noya /


Cintura rodeada de caricias perdidas,
la calma en miligramos jugando en su boca;
quizá deba partir,
duplicar la danza
o dejarse vivir.

¿Quíén cerró su boca
si nunca abrió su aliento?
¿Quién tomó prestado
su pedir consuelo?
¿Quién predijo que volver a casa
era despertar con miedo?

Abre la puerta
y el columpio de sus sandalias
interrumpe la media sombra.

En este reflejo de una mesa sin mantel
se ocultaron los puntos suspensivos
y sin escalar hasta su pecho
las colillas del tabaco rumian cesantías:
acumular hechizos de otras quemas
sólo trajo el dulce dolor
del mientras tanto.

Este paisaje de besos de diagrama,
este amor guardado en archivos,
esta golosina de píxeles,
este formato de cariño con caritas de molde,
este refugio de pies lastimados,
este fin de fiesta mandando mensajes
es un cuadro borrado por la yema de sus dedos.

En el retazo de una noche nunca encontrada
sigue retocando el recuerdo.

Y te llamé

Author: Javier F. Noya /

Intenté cubrirte con el color de mi pasión; pero ese pigmento se diluye, fácilmente vencido por el brillo de tu sudor. Esbocé flores para vestir las plantas de tus pies, pero no preví que la bruma te calzaba mejor con su horma de paso leve y su huella de alma. Me perdí buscando olvidos que pudieran contenerte, pero tu mensaje más nimio, el eco perdido de tu susurro, eran levaduras suficientes para desbordar tu recuerdo. Monté tu mirada en cigarrillos presurosos, pero el tabaco encendido me devolvía humo vacío y así, tan redondamente ardiente, el ciclo de extrañarte. Enredado en la madrugada, dancé junto al hielo dentro de un vaso cansado, rehusé esperar el consejo del amanecer y marqué las claves, calé el surco, rompí dimensiones, desaté los nudos de la conveniencia y volé desandando las distancias que enseñan a correr el horizonte, volé vertical y dejé a los peces de mi vientre jugando a la mancha con el álgebra de los números del teléfono, eché a la eternidad con recelo, como lo hice cada vez que intentaba darme consejos de amor, escuché atento la pausa del tono, ese largo sonido que repiquetea en la paciencia hasta quebrarla, desatendí a la brasa que pedía por favor que la alejase de mi dedos que estrangulaban el cigarrillo y la ansiedad, y conociendo la vaguedad de un timbre truncado por quién sabe qué magia, abandonado en el fiordo tempestuoso de un silencio ocurrido antes de que mi camisa se calce en mi torso (sin ayuda, porque este madrugar no remplaza la pausa flotante del descanso, sino que se asemeja al alerta saturado del vigía que contempla una inmensa deriva) tu voz apareció obsequiándome una bienvenida. Entonces, me desnudé.