Yo lo vi (humilde homenaje al universo borgeano)

Author: Javier F. Noya /


Yo lo vi, desarmando relojes, combinando mecanismos, sentado en el escritorio que se apoyaba en la pared opuesta, inclinando su espalda ya encorvada de tanto hacerlo, enfundada en un guardapolvo otrora blanco, hoy color tiza desgastado, con el que se investía de las ínfulas de científico. Yo vi su cabeza calva, apenas rodeada por una pelusa gris, horas y horas atornillando y desatornillando, hasta que se levantaba, tomaba un reloj de bolsillo, de marco dorado y grandes números romanos, y caminaba hacia el espejo, encorvado y fijando sus ojos hundidos y oscuros en él. Se detenía delante y miraba, no a mí, sino a su propio reflejo, a su rostro pálido, su perfil de media luna y sus labios tan finos que, aun cuando refunfuñara y desarrollare su soliloquio de siempre, parecían seguir unidos. Yo lo vi. Vociferaba "pero cuándo es este día....pero cuál es" delante de mí, del espejo que para él no era más que un vidrio bañado en nitrato de plata. Yo lo vi. Días y días sentado en su escritorio, Armando y desarmando, caminando con el reloj de bolsillo por la habitación y deteniéndose en el espejo, delante de mí, enfrentando junto a su rostro el reloj, observando el segundero marchar como si retrocediese en su reflejo y preguntando una y otra vez cuál era ese día. Así y así hasta que el roce de las chinelas de su mujer se detenía frente a la puerta y anunciaba que la cena estaba lista. Yo lo ví refunfuñar y no obstante abrirla, salir delante de ella que se quedaba quieta esperando mientras miraba el piso, con el delantal de margaritas atado a su cintura. Yo lo vi señalar las margaritas y proferir "y cuál de esas es esta Margarita, cuál está aquí" y seguir paso hasta la mesa del comedor. Yo lo escuché haciendo contrapunto de sorbidos con su mujer mientras tomaban la sopa. Al tiempo también los vi comer, no se miraban. Él siempre le pedía, amablemente, que le sirviera más vino.
Yo vi también, después de tantas veces de reflejarse con el reloj junto al espejo, que su mirada se perdía, su ánimo se desesperada y volvía y volvía a reflejarse. En sus caminatas concentradas, en sus preguntas de siempre no advirtió que me comenzaba a traspasar. Y temí que fuera un acontecimiento terrible. Yo vi hacerlo, conjurar en idiomas extraños y proferir diatribas, hasta que un día el espejo quedó detrás de mí y él se fue desvaneciendo. Extendí primero mi mano, luego di un paso, y lo traspasé. Pude salvar el reloj de su inevitable caída al suelo con un movimiento rápido, un reflejo inexplicable.

Las chinelas detuvieron su arrastre delante de la puerta y la mujer anunció que la cena estaba lista. Abrí la puerta sin pensarlo y sobrevino el miedo. Yo no era él, yo no tenía ni su estatura, ni su vestimenta, ni su olor. Ni siquiera conocía mi aspecto; aun no había podido verme en el espejo. Pero ella no dijo nada. Sólo esperó. Me dirigí hacia el comedor, me senté en la mesa y la mujer hizo lo mismo. Comimos en silencio, no nos miramos. Le pedí otra copa de vino, amablemente.

Regreso del poema

Author: Javier F. Noya /

Las palabras vuelven
Y ruedan en el sinfín
de lo que no sucede,
Como una caricia azul
Un despeñarse por sales rojas
Un arder de labios lastimados
Una posesión eterna del miedo
O, simplemente,
Como un silencio que se cansa.

Elijo al azar
(ruedan enlazadas)
Y entre dos suspiros
Una cima de ocres dormidos
Cubre la zanja de la demora.

Abre el tiempo su acequia
Y sobre una siesta vespertina
Se derraman los fluidos
De Un orgasmo herido.

No dije.

Sólo escuché.

Se hizo poema.

vísperas de brindis

Author: Javier F. Noya /

Lascivia ácida quemándonos la boca, púrpura de nuestros propios obispos: los quemadores de flores que festejaron sorbiendo el almíbar de la luz que hecha brasa invisible, que quemará nuestra carne oculta hasta que no pueda contener la sangre que brota para regar los pastos y semillas de nuestras alas. En el fulgor del brindis, despegándose el apocalipsis de azúcares rebelados de su dulzura, apunta los dardos de alcohol al vientre y asesta el blanco preciso del deseo. Remolinos de zozobra derriban tus murallas, y en dosis letales para el sarcasmo, irrumpen y arrebatan cualquier excusa. Sólo se pausa el calvario de este dolor en vías de sacrificio por el cristal buscando su música, la invocación de la salud hecha proclama que se esfuma cruzándose con los cortes irregulares de los dulces entregados, con  desgano, a la frialdad de la porcelana. No es nuestro entuerto, ése de pastas y glucosas esclavas de su destino. Sabemos que nuestro fermento confluye en el ocaso del reposo de los alcoholes, como preludio de lo que dejaremos de mirar para dejarlo hecho cuerpo, reguero de orgasmo...y mientras tanto te huelo.