Haiku Pappo's Blues

Author: Javier F. Noya /

Cuerdas silentes.
Guitarra es nostalgia:
extraña tu blues.

Crónicas de un recién regresado

Author: Javier F. Noya /

Ser nadie cuando se transita en condición de turista es una obviedad. Que ese incógnito arropado por el frío sea aun más imperceptible, también lo es. Pero estas perogrulladas no arredraron mi voluntad de ser reconocido; dicen que es fundamental para existir, qué sé yo. Así, con la candidez del recién llegado que intenta deglutir todo lo que se le presenta delante de sus ojos, el nadie hecho abrigo se encontró en la Plaza Tirso de Molina guiado por un recorrido cuyo destino sería la feria de El Rastro, esa procesión de fin de semana hacia las cosas de ocasión y las antigüedades que los astutos mercaderes anuncian a un precio único y que sólo el desprevenido sabrá valorar. En fin, parece que comprar allí es un acto necesario, o distintivo. Debo aclarar que mi intención era entender la atmósfera de la conocida canción de Sabina, puesto que ni él, ni la artesana de mis pampas vendiendo “carricoches de miga de pan/soldaditos de lata” estarían merodeando por esa zona. Pero así es la nostalgia, y hacia allá me dirigía.
Decía que siendo nadie (es decir, continuando siéndolo) y con la voracidad ingenua de grabar todo el entorno en perfectas condiciones, luego de un trayecto en subterráneo, volví a la superficie en la Plaza Tirso de Molina y para mi sorpresa, en lugar de encontrar panegíricos a la dramaturgia de semejante autor, tortura de escolares y delicia de lectores de las más exquisitas obras clásicas de la lengua, me topé con un círculo de mesas que sólo el sueño o la mera especulación podrían dar por cierto. Entre libros libertarios, remeras de riguroso negro, banderas rojas con el martillo y la hoz, ofrecidas por emprendedores de dignidades quizá perdidas, el nadie trató de grabarse en la ternura de una mujer que, sentada en una humilde banqueta y desafiando el frío de la mañana con un raído sacón parduzco, colocó en sus manos un pañuelo de esperanza en rojo, amarillo y púrpura, mientras lo recibía frente a su caballete al grito de “Pan y República”, justamente lo que hacía falta en su tierra, donde quien se enfrentaba a esos colores que recuerdan un pasado desangrado era testigo de esa labor continua y concienzuda, cuyo testimonio iría con él, quien al regreso tambén seguiría siendo nadie pese a no ser turista. Frente al tesón de esas baratijas intentando sostener alguna esperanza que corrija un recorrido hacia la esclavitud del poseer y que el decoro de las cadenas de medios suelen dejar de lado, me fui. dejando un óbolo silencioso de creencia. No hubo palabras para dejar su presencia marcada en esa plaza, ni manifiestos, ni elucubraciones; nada quedará en esa mujer del extranjero pasmado por su perseverante pregón que desde el otro punto del planeta se creía olvidado.
Quizá por pura coherencia con su inexistente pasaje, el turista dio las gracias tímidamente, apretando el pañuelo y buscando el sol para calentar el cuerpo que dirigía sus pasos hacia donde el Turismo dicta su recorrido y la multitud uniforma el incógnito.