Antes de ponerse a escribir

Author: Javier F. Noya /

Mi escritura no corrige su rumbo; se rebela y se viste de orgullo con una clase de vanidad que sobrevive entre las espinas del acuerdo y el latir de un verso con estertores. Las palabras impregnan (marcan, corrompen, degradan) la blanca esperanza que esperaba la dispersión sobre sí de un canto amable y se consuela con alguna sinrazón que la sublime holgura de la compasión destile en oratorias y recursos para la bendición del silencio, paradojas del elogio a la nada o a lo ya dicho tantas veces que, justamente por ello,
no se escucha
no se lee
no se siente
no se muere
no se vive
no se pronuncia con el peso del canto convincente, sino se esparce sigiloso como el amor moribundo que repta por los zócalos del hogar, que prefiere los disimulos de la media sombra, el acopio en el rincón, que jamás se agrega en esta estepa helada que espera alguna tibieza de verso, un ardor de prosa, la frase piadosa que conmueva lo cohibido y ponga entre piernas, flujos y nudos de carne aquello que el frenesí exhibe en el aire y que el viento correrá hacia el olvido.
Pero ya dije que era rebelde y tozuda: forjada entre compresas de conveniencia y silencios impuestos con pérfida ternura, se revuelve sobre paquetes de cigarrillos negros, sobre páginas de libros presuntamente sacros y máximas del buen
decir
dictar
adjetivar
pronunciar
verbalizar
y dramatizar, leyes templadas en la paciencia de la historia que el hoy desconoce sin audacia, sembrando brutalmente nuevos inquisidores e inmolados por aquí y allá, mas siempre dentro de las mochilas portadas con esfuerzo pero siempre bien cerradas, nunca en el pecho, jamás en la garganta de emperador alguno y menos en la estepa blancuzca que suscribe la academia, que por sentarse en las mesas del privilegio se guarda las sobras entre sus sugerencias mientras aviva el fuego de las asaderas con esta siembra de intenciones en negro, un contraste de la apatía incolora que, puesto delante, sólo puede desesperar.
Será, así blanca, un reflejo, un final anunciado que se niega, un horizonte de arribo inexorable, una estepa que el deseo frondoso rechaza, y por ello mismo niega en letras y líneas, esperando el milagro de ser más allá de la primer lectura.

Hombre Hambre y Vejez contemplando

Author: Javier F. Noya /



Han atado al viento. Un manto de ceniza cubre la noche. El Hambre, peligroso consejero, aconseja añorar la vigilia promisoria. Recomienda practicar una danza lasciva que circundará la necesidad saciada sin llegar a su centro, quizá nunca. En el susurro de polvo reposado lo sutil acoraza al verbo y se entierran sin pompa ni procesión tentativas de días colmados y noches de nostalgia recitada bajo la constelación de astros que, en el adoquín, alumbrarían la posesión golosa de los sueños cumplidos.

Un espejo improvisado refleja lo que alerta al transeúnte: él mismo traspasando la materia, cosquilleando su curiosidad, alertando que el paso frenético tendrá su instantánea, su pintura escurrida en una pausa de la nada, compasiva con la vigilia dormida, desprevenida, inercial como su espera: se siente carta enviada al destino. No sabe qué poder quebró su reposo; sólo conoce que arrojó las astillas de su calma al ritmo que marca la caverna vacía de su vientre. El paso en la calle, que por necesidad debe ensayarse hasta el hastío, juega a la plegaria y el pregón, duplicando los cascabeles que huelgan su sonido hasta la próxima brisa o el condenado paso del hombre con un no previsto. No escarbo en la intención de la silueta que lo cruza mientras las urgencias despabilan un cavilar de ocasión, entre tiempos que se escurren y regresan para dejar esbozos de lo que hubiera sido si el sol, la vereda, el vidrio, el filtro del cigarrillo, si esa palabra o la mueca o la tardanza, si la lección o el guardapolvo o aquella golosina, si hubiera.

El reflejo se vaciará. El Hambre ordena seguir el diagrama indescifrable de las baldosas que dejan la sombra repartida en intenciones esfumadas a cada paso. Caminar deja de ser acto, pedir es un reflejo, insistir es sólo un rasgo. El empedrado recupera su soledad diáfana que algún rumor de motores confirma sin mayor argumento, ni más contundente, que el de su tránsito raudo hacia quién sabe.

El vidrio de la ventana espeja merced a la adhesión de miradas fundidas que, desde dentro, pretenden distraerse de la toma de posesión del resto de la casa por el desengaño. Los que ya no son engañados por el tiempo, quienes ya tienen un pasado mucho más profuso que la incertidumbre, que no recogen espera sino que se dejan abrazar por ella como escudo de la irrefrenable nada que los acorrala día a día, miran por la ventana, se toman las manos de talla minuciosa y paciente y contemplan el paso del camino.