Ese libro (convocatoria de Rochies)

Author: Javier F. Noya /

“¡Tenés que leer Rayuela! ¡Vos tenés que leer Rayuela!” Era el eco que sonaba en mi mente mientras los pasos seguros de quien cuenta con sus primeros sueldos para gastar continuaban la caminata firme hasta el fondo de la librería. Sin rendir cuentas, sin reparar en consecuencias, en la intimidad de saborear el gusto de obtener lo deseado por sus propios medios, todo un orgullo. Me detuve en seco frente al anaquel de literatura argentina y buscando en el orden alfabético de los estantes, las manos de Marcela iban y venían, enmarcando su cabellera ondulada, larga y desgreñada, como si señalase los bordes de una senda que debía seguir, como si antes que una orden, fuera un reugo de que  lo leyera, como si fuera una necesidad para salir del trance de Artaud
el momo
allí, donde se permite fornicar antes
que yo
y el otro ponerlo más erecto
que yo en mí mismo....



que me sumergía en el tapizado floreado de los almohadones del sillón de su living, rodeados del olor a cigarrillos y al polvo que siempre resguarda la alfombra, con la única tarea de permitirnos leer y convivir esas horas de pura expectativa, donde todo es un motivo para acaparar sensibilidades y mostrarnos hallazgos, donde la magia estaba al alcance de la mano, siempre con nosotros como una extensión de nuestros cabellos largos y rebeldes. Nuestra frescura de adultez a punto de estrenarse, como el perfume de la tela sin uso, gozaba perpleja ante las baladas sensibles de Joan Baez o los acordes de Spinetta, que a dieciocho minutos del sol nos dirigía hacia otra música, otro universo donde todo era posible, porque
menendí anenbí
embendá
tarch inemptle
o marchti rombí
tarch paiotl
a tinemptle
orch penduí
a patendí
a merchit
orch torpch
ta urchpt
y Artaud hacía de su sexo roto y su encía rota y su corteza cerebral rota el emblema de una rebeldía premeditada y alevosa aun en su fracaso, que me devolvía el frenesí que creí perdido entre los laberintos y ruinas circulares, donde un minotauro disfrazado de profesor me quitaba la rebeldía de desafiar a la gramática. Entre pitada y pitada de cigarrillo, probando licores y ardores sabrosos, Kafka me prevenía de la posibilidad de que todo sea en vano si equivocamos el objetivo verdadero, que es dejar de ser insecto, intrínsecamente insecto. “Tenés que leer Rayuela” fue el grito de guerra que nos unió más que el escarceo de nuestros labios intentando crear un amor con besos trémulos e indecisos, como nuestras caricias estrenadas mutuamente que creímos, en algún momento, podría ser el fragor de un amor reluciente que nos revolcaba en la alfombra y nos descubría la posibilidad de; pero, pero pero
Pero el vientre
no había sido despachado
cuando tótem
apareció en la historia
para desalentar
su entrada
y todas las caricias fueron a parar a la basura con el próximo estímulo, la próxima cara, la siguiente pulsión que nos volcaba hacia la deriva que implica ser inconsciente de la exploración misma; aunque luego de eso allí estábamos, vos diciéndome “tenés que leer Rayuela” y yo mirándote los ojos brillantes y emocionados porque sentiste en La Maga un espíritu afín, un ser que desde las letras de imprenta reflejaba mucho más de vos que lo que podrías haberme mostrado con tu cuerpo desnudo, tendido en ese mismo sofá-océano en el que asomaba mi cabeza para tomar aire después de
El Bardo es el horror de la muerte en el que
cae el yo
como en un bache.
y hay un estado bache en el electro–choc
por el que pasa todo traumatizado
por el que pasa todo traumatizado,
y que en ese instante le permite no sólo no
conocer
sino terrible y desesperadamente desconocer
lo que fue,
cuando él era él, qué, ley, yo, rey, tú, zas y
ESO
Y especular con que el albur de lo que llamabas La Maga fuera la certeza de un camino maravilloso, el paso que nos ponía en otra dimensión de este fin de colegio y comienzo de la vida de adulto embrionario, con las corbatas obligadas y los horarios determinados y los estudios universitarios puestos en el lugar del tótem. En este fin de las horas mágicas vos recalcabas “tenés que leer Rayuela” aun después de rasguear un tema de Pastoral , dejando sentado a través de la guitarra que había mucho afecto; pero más nos unía el desamparo y la desolación, tanto como esta búsqueda rebelde y frenética de encontrar a través de los libros, la música y las caricias furtivas algo en el universo que nos hiciera sentir que éramos necesarios, o al menos que éramos tan ciertos como esa mano tomando una edición de bolsillo, husmeando las hojas, como esta mirada que se fija en la foto de tapa de esta edición de Rayuela, con un Cortázar de gesto adusto y barba prolija y severa, en un tres cuartos de perfil como si fuera el retrato de un documento, o también el gesto decidido del que sabe que está yendo más allá, que hizo camino y revolución, aun cuando no pudiera asegurarse la victoria. Era una mirada tan decidida como “tenés que leer Rayuela” y esos impulsos fueron necesarios para tomar posesión de la edición y salir de allí con el mismo paso firme, fingiendo una seguridad impostora zancada a zancada.
En el sinuoso camino de la adultez, Artaud dejó de ser doloroso y ese desvanecimiento progresivo del calvario del momo y de su
¿Por qué?
Sencillamente pregunto:
¿Porqué?...
dejó lugar a la entrada al trabajo, a los compañeros tras las corbatas que se apiadaban de la mirada perpleja del pibe nuevo, ese muchacho de pelo un poco largo que llegaba y se sentaba en el escritorio acomodando formularios, prestando atención a su rellenado, atendiendo gente con timidez y saliendo a almorzar todavía solo, con el tiempo reglamentario cumplido a rajatabla, en una avenida sin sombra de un barrio de casas bajas donde los restaurantes ofrecían bifes de costilla con papas fritas cortadas en bastón y el entretenimiento de una televisión de blanco y negro que captaba apenas la señal de un canal. Era el momento de qué, la época de otros aprendizajes, los calores del verano en las baldosas cargadas de la pesadez del trabajo y de su develado de rutinas, nombres y caras que se irían acoplando, sueldos y colectivos tomados en horarios precisos para llegar a la facultad, de la falta de vacaciones por haber ingresado recientemente, un adverbio que tomó todas las oraciones de aquel tiempo en que todo lo posible empezaba a ser un acto, una hoja-formulario en una máquina de escribir, atender al cliente tras un mostrador, terminar la tarea archivando prolijamente todo lo que aparecía reflejado en papeles que no eran hojas de libro, no eran mágicas; eran la razón por la cual podía comprar con libertad los libros de textos de la universidad y los otros, especialmente el que estaba compelido a leer merced a la insistencia de “tenés que leer Rayuela” que ya había logrado el efecto de mi toma de posesión de una edición española, con Julio mirando hacia un horizonte que me rozaba el hombro izquierdo y cuyo derrotero me alejaba de Marcela, de la alfombra, de los minutos del sol de Spinetta, de la manera de sentir cada palabra leída.
Llegó el día. Salí a almorzar, caminé las dos cuadras tórridas en el momento en que el sol -como diría Macedonio- dibujada un punto preciso de tinta china debajo de nuestros pies a modo de sombra. El restaurante del barrio me recibió con su penumbra fresca y amable y su vaho de olores a comida y humedad. Saludé al dueño; se abanicaba despacio con una servilleta, mientras reposaba un vaso de vino con soda y mucho hielo en la barra que servía de mostrador y despacho de bebidas. Me senté, como siempre, en una mesa que quedaba frente al televisor aferrado a un soporte cerca del techo, esperando el final de la publicidad y el comienzo de alguna serie cómica. En ese mediodía, cargado de olores de fritura y grasa asada, donde todos espantábamos las moscas con lo que teníamos a mano, tomé el libro y siguiendo la sugerencia de su autor comencé a leer: “Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinamos. Entonces es mejor pactar como los gatos y los musgos, trabar amistad inmediata con las porteras de roncas voces, con las criaturas pálidas y sufrientes que acechan en las ventanas jugando con una rama seca...”.
No recuerdo qué pasó con el bife y las papas fritas, ni con el calor agobiante, ni siquiera si pagué el almuerzo o volví al trabajo. Sólo recuerdo que allí cambió mi vida, mi forma de leer y de escribir; y le respondí a Marcela que esperaba sonriendo mi reconocimiento a su insistencia, montada en el vaho que se escurría por las ventanas abiertas, con sus cabellos largos y desgreñados desplegándose en el viento. Tenías razón. Y gracias.

27 comentarios:

Rochies dijo...

Oh por Dios, y nos íbamos a perder de esto?
yo no sé cómo hice pa' que se extienda, ud está seguro que todos lo lograrán? tres y media de la mañana su relato fue subido.
Volveré una y mil veces.

Javier F. Noya dijo...

Debo aclarar que los versos son de Artaud, de El Momo y otros poemas publicados en la misma época. Y vuelva cuando quiera.

Beatriz dijo...

¡Ahhh...al llegar el punto final recién he podido respirar.
Leerte ha sido como ir ascendiendo hacia algún lugar, tener la sensación del vuelo hacia lo infinito, hacia esa inmensidad del placer ansiado y esquivo. Tal vez porque leyéndote he llegado a sentir en el alma la prodigiosa locura de Artaud y sumergida en sus versos he vuelto oír la voz de alguien que siempre me repetía:
"Tenés que leer Rayuela.

Él... también tenía razón. Ojalá mi distancia no sea infinita y llegue el instante en que pueda reconocérselo.

Gracias JAVIER por que tu relato es ideal para la melancolía de este sábado lluvioso.
Tiene la belleza de los grises.

Un abrazo.

Natàlia Tàrraco dijo...

¿Viste que Julio siempre tenía cara de muchacho? Enredados, fascinadas en esa rayuela vimos que las cosas eran otra cosa o la misma cosa dicha de forma distinta.
Bienvenido a lo juevero Javier, compruebo que leíste Rayuela, un placer leerte, un descubrimiento de prosa barroca entendible y bella tu relato.
Nos vemos por acá. !Salve!

Rossina dijo...

HE VUELTO. Porque la madrugada de anoche no me daba fe de que el link funcionase o de qué le hubiese podido dejar escrito.
Y hoy me detuve más en esa historia de amor adolescente, en aquella apreciación suya de que la identificación de ella con la maga era tal que todos esos párrafos escritos le mostraban más de Marcela, que Marcela al desnudo.
Tremendo legado le ha dejado. Por la obra que lo marcó definitivamente para siempre, como porque hoy, por ejemplo, ante mi insistente invitación, fue lo primero que evocó, lo que eligió evocar. O no. Quizás fue mucho más profundo. Pero se hizo letras. Hoy es letras.
Gracias.

Anónimo dijo...

Al final, la insistencia en ese tenés que leer Rayuela, surtió efecto y adquirir el libro y comenzar su lectura, constituyó como un punto y aparte con todo lo anterior. He disfrutado leyéndote y espero y deseo continuar haciéndolo.
Un abrazo.

Cecy dijo...

Si señor, a mi también me ha dejado sin respiración.
¡Que lujo!

Un beso Javier.

Marián dijo...

Dios mio...he empezado en estos días a leer Rayuela. Estoy disfrutando con esas palabras nuevas para mi que no conocía, y con esa filosofía muy particular de Don Julio. Y sus inventos de palabras...Ummmm ¡me está encantando, Javier, como también me encanta tu forma de escribir que es una delicia. Gracias.

Besos

Edurne dijo...

Sigo sin aire, Javier!
Te he leído hasta el final sin respirar... y sí, al fin, víste? leíste rayuela! Y se te pego algo del amigo Julio, ya lo creo!
Maegnifique tu texto, sí señor!
Gracias! Y es que siempre es un gustazo leerte!
Y un aplauso y un besote!
;)
;)

Edurne dijo...

Rayuela y pegó... Katxis, las prisas, las teclas, los dedos...!
;)

San dijo...

Uf! por fin he podido respirar, subir, subir y un casi no parar. Un gusto enorme.
Bienvenido a los jueves.
Un abrazo.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Leí por primera vez rayuela en la clase de un profesor de matemáticas muy particular. Llegó un día con una pila de ejemplares del libro de Cortázar y nos los fue repartiendo. Por dos o tres clases -no recuerdo bien- mutamos el álgebra por aquella historia tan particular narrada de adelante para atrás, y saltando, según fuera lo indicado en las sugerencias de lectura que en el mismo libro dejara aquel gigante de barba.

Saludos jueveros.

Sindel Avefénix dijo...

Sin dudas es un libro único como todo lo de Julio Cortázar, que nos deja ese sabor de haber leído o devorado la misma esencia del autor.
Un abrazo.

El Gaucho Santillán dijo...

Tengo graves problemas de conexión, por eso casi no estoy entrando.

Muy buen "Collage" literario, amigo.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Rayuela y el jazz, los juegos, la filosofía. Rayuela y el humor, las relecturas, el libro infinito, el que nunca acaba y al que siempre regresamos, de una u otra manera.

Abrazo grande

ibso dijo...

Quizás ahora yo ¡también tenga que leer Rayuela!... ¡maldita sea la curiosidad!.
Genial
Un abrazo

GABU dijo...

" El Bardo es el horror de la muerte en el que cae el yo como en un bache."

Cuantas deliciosas palabras que me remiten al amado FLACO... :/

P.D.:'Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro,todas las palabras por no importa qué operación mental,y sobre todo aquellas que tocan los resortes más habituales,los más activos del espíritu...'

Y si,hay palabras que nos queman por dentro,totalmente...

BESITOS DELIRADOS

casss dijo...

Y nos sigue uniendo el espanto, pero también nos puede unir Rayuela o los Premios y la Maga, la misma Maga, estar aquí cerquita maravillandose de tu texto.

Un gusto intenso leerte.
salduos

p.d. de todos modos conviene volver y releer,porque hay mucho para pensar y sentir.

Marisa dijo...

Después de haber viajado a mis rincones del pasado de momentos universitarios donde descubrir a un autor o a un libro era dar un paso más para entender el mundo, sus huellas y sus caminos, me encuentro con un relato francamente magnífico, tanto en la solidez de su contenido como en la originalidad de la forma por la disposición del relato.
Realmente, un lujo leerte.

Por cierto, no soporto "Rayuela". Sería un milagro que toda la humanidad coincidiera al menos en un solo gusto, en este caso, por esta novela de Cortázar.

Mi admiración y mis besos, Javier.

miralunas dijo...

con el auspicio de Artaud, Cortázar, Macedonio o quién sea, su blog es una Rayuela con el cielo asegurado. un abrazo. y otro!

silvia zappia dijo...

habló oliveira, me parece


abrazo*

Rochies dijo...

¿vio que sigue la joda? :P
tenemos que insistirle a rayu por su relato libreril. Cuando me dijo que EL primero fue Camus, y para colmo, L´étranger... no nos podemos perder esa prosa ;) shhhh.

TORO SALVAJE dijo...

Rochies y Rayuela.
Indisolubles.

Creo que compré el libro por visitar tanto su blog.

Saludos.

Agustín Molina dijo...

Como dice Horacio y el Gordo Troilo, qué nos vamos a ir, si siempre estamos volviendo... a Rayuela.
Y después de Rayuela, mi amigo, Los detectives salvajes de Bolaños, mamita querida!
Abrazo!

VeroniKa dijo...

Rochie y Rayuela??? dónde quedarán los laberintos??? pobre cieguito, tiene que sentirse celoso con todo esto, y por cierto, estoy con Rayu... habló Oliveira? vayamos organizando un club de la Serpiente, pero con Pappo y steve Rai. :)

Rochies dijo...

jajaja qué pasa con los laberintos indisolubles de Rochie y Rayuela. Y de sus colores qué?

Boris Estebitan dijo...

Hola, que pases un lindo fin de semana, un gusto visitar tu lindo blog, te invito cordialmente a que visites el Blog de Boris Estebitan y leas un escrito mio titulado “El corazón extraviado”, saludos :)

Publicar un comentario