Previendo que el próximo universo tendrá semejanza con el actual, tengo la certeza de que no vale la pena dejar de esperar determinados cambios; demoler redundancias sin compasión sería una verdadera estupidez (“alcanzame los rollos de cocina que no llego”). Me postro por mi mendrugo diariamente y no dejo lugar al heroísmo, que siempre se reconoce luego de haber muerto, es decir, de haber dejado de existir con la vaga esperanza de volver cuando el próximo universo se inaugure y sospechando que será casi lo mismo (“las latas de arvejas volvieron a aumentar”). Con tiempo suficiente, con una medida servida con un cuentagotas microscópico que agrandamos desde esta temporal pequeñez a la cual le damos el sentido a la vida, pienso decirte sin ningún tipo de tapujo que si se comen las sobras o el banquete se irán todos igual a la misma fosa y que sorbiendo el cóctel de las cinco estrellas o el mate cocido con yerba de ayer se conocerá igual el dolor de panza y la extremaunción, para regocijo de los abundantes pregoneros de la vida futura que te venden por un diezmo más que simples vaguedades, una mitologías con ilustraciones y todo, un consuelo en tus últimos minutos en la medida de que seas conciente de ello (“¿llevamos el Cinzano o el Gancia? ¿Ya pusiste los protectores diarios?”). En fin, quería decirte que no voy a esperar a que en próximas vidas se encuentren nuestras almas y nuestras miserias, ni tampoco dejar de lado esos vicios que tanto te preocupan, puesto que nada más queda para aproximarse a la eternidad que dejarse llevar por cualquier vocación que le otorgue una dirección al deambular diario de nuestras voluntades, percudidas por imaginarios que se acumulan a la lista del supermercado que cada día es más larga y que hace que este carro ya no tenga resistencia y deba empujar como un esclavo hasta la caja donde una fila de inútiles voluntades están esperando que todo pase por el lector del código de barras y se compensen con lo que queda de ahorros en una cuenta hecha plástico magnetizado, que es una pura preocupación de cada semana y cada vencimiento, siempre en la espera del próximo universo que nos hará más felices cuando podamos pensar en ello, para compensar esta vida de perros que no aúllan y ni siquiera tienen celo, sino que deben cuidar de aquello que pueden perder o de lo que pueden, algún día, obtener, especialmente con las promociones de dos por uno de jabones en polvo que son el único polvo que nos motiva echar aunque más no sea en la batea del lavarropas, con suavizante y quitamanchas que garantizan que todo esté muy limpio para que no se manchen las demás ofertas de cien centímetros cúbicos más y media docena de regalo, a la espera de que la constelación de carritos llegue hasta la caja para seguir camino hasta las alacenas que ponen a prueba la elasticidad de nuestras cinturas y me dejan sin ganas de esperar la noche para ver el documental sobre las nuevas galaxias, que no son más que otras ruedas de colores que nos dicen viajan por el universo, este universo, donde un pedazo de partículas intangibles me sugiere que me vaya a la mismísima mierda para no cargar más con las últimas botellas de plástico reciclado de agua saborizada con gusto a lo mismo, para estar bien tranquilos de que todo lo que puede tenerse se tiene a un precio de oferta y en tiempo real en un planeta de virtuosismos promocionales hechos paquetes de cosas que nos harán felices. Y encima si exhalo el aire, bufando, me mirás con cara de qué poca paciencia tengo y qué poco me importa compartir la vida de pareja, palabra a la cual bien le cambiaría el orden de las consonantes (*) para dejarte a la vista una serie de perversiones que te espantarían de sólo imaginarlas y que ahora me consuelan, aquí en esta galaxia de luz fluorescente y góndolas del piso al techo, junto con la idea imperiosa de que deben existir mundos paralelos, quintas y sextas dimensiones, paraísos con sus vecinos infiernos poco diferentes entre sí; porque si no es así estamos a merced de una eternidad de pura mierda que sólo puedo tolerar imaginando aquellas orgías que me hacen sonreír y te motivan a tomarme del brazo, elogiando lo bien que compartimos nuestra vida de pareja y lo buen compañero que soy, lo cual escucho al volver a la realidad luego de un breve zamarreo que me saca de una felatio de antología, carajo, para preguntarme a mí mismo si traje la tarjeta de crédito y para que me conteste que sí, que menos mal, que merezco un beso por todo eso.
(*) Pareja, cambiando las consonantes, formaría la palabra “pajera”, que significa, en el léxico argentino, puñetera, mujer que se masturba, etc. (n. del a.)