VOS TU MANO

Author: Javier F. Noya /


Éramos sólo las sombras de nuestras manos jugando a hacer dibujos gráciles, informes y efímeros en la pared. Aquel instante era nuestros dedos apretándose, entrelazándose, dándonos caricias como remedio para el alma, tu mirada lánguida y tu pérdida.
Me resisto a mirarte, lo único posible que mis ojos pueden distinguir son las sombras de nuestras manos en esa pared insípida,  testigo del sufrimiento de innumerables vidas anónimas que las intuyo presentes. ¿Dónde estaban mis sentidos? ¿Por qué estamos así? Tus ojos débiles no me responden; tampoco busco verlos. Quisiera que no estuvieran así; desearía que me escrutaran con furia, que me culparan de algo, de haberte conocido, no sé, de estar yo aquí y vos allí, sólo moviendo tu mano. Pero no; vos tu mano se aferra al suave tacto de mis dedos, estos que no han hecho sobre tu vida ningún milagro, que no han tenido compasión, que fueron implacables a la hora de apartarse de vos cuando más me necesitabas, en aquellos días que deberíamos volver a barajar. Abandoné tu alma y la dejé librada a su propia deriva, aunque yo no entendí, o no sentí, nada que justificara otra actitud.
Deberíamos enterrar  el tiempo y nuestros pasados. Deberíamos empezar de nuevo; nacer con veinte años, repetir sólo aquello que nos hizo felices, todo lo que sirvió para no mutarnos en esto adulto que somos,  dibujando luego sombras chinescas con sentido, vivaces, contagiosas, esperanzadas. Pero ahora, vos tu mano  y yo mi mano crecen como vegetales que no encuentran la luz y van en su afanosa búsqueda. Los dedos se tocan respetuosamente,  encierran la tibieza que no puede emanar de ninguna otra parte de nuestro cuerpo, los que se encuentran cautelosamente distanciados, tal vez ambos demasiado enfermos. Quizá por esa misma razón se ha hecho una pausa, un accidente en el tiempo. Esto es absurdo, porque el tiempo es un accidente, la vida es un accidente, todo es imprevisible, y la voluntad  una estúpida forma de desafiarlo. No pudimos evitarlo y así, sucesivamente, nos fueron ocurriendo las circunstancias que nos formaron para ser, ahora,  únicamente nuestras manos,  el material de nuestras historias anónimas, aquellas que se perderán indefectiblemente de la memoria del mundo. Tal vez esté inventando un amor para sentirme más culpable y, de ese modo, darme la posibilidad de acompañar tu mano con mayor agonía, o escribir luego una tragedia de folletín, algo que me permita comprender lo incomprensible de que estemos aquí, de que esté sufriendo de veras.
No sé si saldré totalmente vivo de este lugar. Algo se está secando inexorablemente; mi parte blanca, mi costado inmaculado. Trato de comprender algo de las casualidades, de cómo fuimos dejando de ser para volver, con otra piel, a encontrarnos gracias a la desgracia. Pero me falta la valentía de sentirme perdidoso, impotente. Todavía guardo el fuego sagrado que niega que hay imposibles, que todo podemos realizar y transformar, y que basta con nuestro intento aislado. Pero allí vos tu mano para contradecirme, mostrándome mis absurdos, ese cuerpo que encerró el amor más cristalino e ingenuo que he conocido, que me quiso pese a esa noche en que lo rechacé medio borracho y  me fui detrás de otras piernas, dejando sin nada esa ilusión que sin embargo no apagó tu esperanza. Debo mantenerla de cualquier manera porque no podés irte, un accidente no puede terminarte, la casualidad no puede determinarnos, no a nosotros.
Las sombras de nuestras manos se detienen; me sorprendés justo en este momento en que trato de animar tu pulso, me obligás a mirarte, a ver tu mano frágil y todo tu cuerpo lacerado por cables, agujas, suero, sondas y un pequeño aparato que marca aplicadamente el ritmo de tu corazón, de sus músculos, mas nada dice de él, no registrará que deberías seguir viviendo a pesar de todos estos instrumentos que aceleran la percepción del desenlace y resaltan el olor fétido de un cuerpo destrozado por un simple accidente, sólo por eso, casi sin culpables ni responsables, una sencilla casualidad de un día, un hecho que nada conmueve ni modifica, salvo a aquellos que estamos acá, con náuseas y deseos de apartar todos los morbosos aparatos que te quitan lo poco que te queda, intentando robarle a la vida algunos años más, algo tan miserable como eso, para darle sentido a una muerte, sólo a una, sin accidentes que llorar, sin tener que dibujar tristemente sombras chinescas sin sentido, reflejos de ternura impotente, retazos de afecto para hacerte sentir algo mejor, generando una falsa esperanza que tus ojos apagados perciben resignadamente.
Somos torpes para dar esperanzas que no tenemos, y fanáticos cuando tenemos esperanzas que los demás no poseen. Entre tanta torpeza hacemos la vida, un proceso sin revisión, un cauce indetenible que se improvisa y se llena de casualidades que terminan formando un nexo causal en el que resulta lógico que te estés muriendo aunque no lo merezcas, que el aparato siniestro despida un chirrido irrespetuoso y constante, que ingresen seres irónicamente ataviados de blanco que me tomen de los brazos y me expulsen de aquí mientras otros se abalanzan sobre tu cuerpo inmóvil y maltratado, que me consuelen porque "así son las cosas, qué se le va a hacer, una desgracia mire", restando sólo mirar sin poder reaccionar, sin poder escupirle que se meta en el culo sus desgracias y su "qué le va a hacer", que se haga algo para torcer estas cosas, que se incendien los sanatorios y hospitales donde se destroza descarnadamente al ser humano bajo la estúpida idea de salvarle la vida. Dan ganas de insultar a cualquiera de los dioses adorados y a las vírgenes, si es necesario, para no escuchar jamás "qué  le va a hacer"; porque el corazón de vos tu mano era el menos indicado para dejar de latir en esta hora, y menos en la indignidad de un cuerpo lacerado y pudriéndose antes de tiempo. Alguien se equivocó. Alguien.

Matar al sello

Author: Javier F. Noya /


Toda una vida,

Una vertiente de homicidios
perdiendo presas y contigos.

Vértices de inflexiones
que dan en el blanco
de esta imperfecta guarida
de lo conveniente:
el nombre que mi memoria
clama entre sentidos ausentes
para guarecer la cordura
y prender de una pulsión en ciernes
la creciente del turbio cristal del agobio:
Dignidad perdida,
salario carcomido.

No me pidan valor
ni formularios completos
ni una culpa confesada
ni un frenesí sin causa
porque sólo desarmaré
la bala que me espera
con perdigones de principios.
A veces, merman las fuerzas.

Me urge tirar hacia el vacío
los cartílagos de mi condición,
un grueso fragor de ensueños
Purgando su inquietud.
una pereza de la resignación
que repta en mi periplo
sin tentar rebeldías convenidas.

Aquí , en este poema velado,
No se ruega por lastimosas duraciones.


Quebrarás tu crear,
y ladrarás y todo será la opción,
la holgada llanura de la pertinacia
que espera la devoción de tu insomnio
Y las ofrendas de tus talentos.

Será la libertad sin formulario.

Contrapunto de haikus (gracias Rayuela, autora de este exquisito contrapunto)

Author: Javier F. Noya /

cuando te leo


soy la llama que arde

en el otoño*


Está claro que la autora es Rayuela, y es una delicia de haiku. que lo disfruten.