No te perdono, porque no tengo vocación divina ni pretendo adoración.
No te perdono, porque tu bastón tiene la mecánica de las máquinas que tragan árboles y siembran desiertos.
No te perdono, porque tu rigor matará los pájaros en pleno vuelo. No quedará aire que compense tu obediencia.
No te perdono, porque por cada muñeca maniatada habrá una niña que no podrá jugar.
No te perdono, porque cada espalda castigada es un espejo que refleja tu feroz cobardía. Tu paga será la maldición de romperlos.
No te perdono, porque no hay peor esclavo que el que se siente órgano de su amo.
No te perdono, porque no te debo. Bocas que comen de palmas mezquinas sólo regurgitan falso temor y mucha miseria, nunca la verdad.
No te perdono, porque cada fibra que te viste es un bocado robado a la inocencia hambrienta.
No te perdono porque el nudo de tu corbata ahoga la dignidad.
No te perdono, porque el dedo que te manda pretende el orden de la codicia.
No te perdono, porque tu prohibición pretende abolir la alegría.
No te perdono, porque llevas altivo tus fueros a costa de encadenar la vida.
No te perdono, porque sólo puede perdonarse a un ser humano.